El quehacer poético atraviesa la historia

La UNESCO adoptó el 21 de marzo como el día mundial de la poesía en su 30 Conferencia General en París, en 1999. La finalidad es “apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y fomentar la visibilización de aquellas lenguas que se encuentran en peligro”.

Imagen de la web del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires
Imagen de la web del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires

Rafael Felipe Oteriño, en su obra Continuidad de la poesía (2020), expone sus reflexiones del quehacer poético en el contexto actual y su función a lo largo de la historia. Según el autor cada época tiene un modo de expresar su poesía.

Es oportuno recordar que la UNESCO adoptó el 21 de marzo como el día mundial de la poesía en su 30 Conferencia General en París, en 1999. La finalidad es “apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y fomentar la visibilización de aquellas lenguas que se encuentran en peligro”.

“La poesía existe porque existe la historia”, afirma Oteriño. Vincula el contexto socio-histórico de diferentes etapas y su expresión en la poesía. Comienza analizando la contemporaneidad bajo el título “Poesía en tiempos de exterioridad masiva”. Es una época acompañada por el “reinado de lo efímero”. De esta forma se diluye la cronología, el tiempo, el contexto histórico de las personas y las cosas. En esa realidad actual pareciera que existe poco espacio para la poesía. Esta requiere una mirada integradora que incluya a los que fueron, los son y los que vendrán.

Denota una nostalgia por otros tiempos en los que la poesía tuvo otras funciones. Por ejemplo, la didáctica en la Antigüedad Clásica o la sentimental, onírica y musical durante el Romanticismo. Si bien hoy, los antiguos roles han caducado, su principal función es “decir lo otro”. En esta tarea tiene una doble vertiente: “erigirse en memoria y montar una mirada crítica por sobre la formulación incansable y repetitiva de lo mismo”. La poesía es la conciencia de cada época.

Por ejemplo, en el poema Nosotros (1962) de Joaquín Giannuzzi expresa las vivencias de su juventud luego de dos Guerras Mundiales:

“En la mitad del siglo nuestros huesos cumplieron

treinta años y nos correspondió obtener

las venenosas conclusiones de la época.

Mejor no recordar. A nuestra espalda

nos limpiamos la mugre de dos guerras;

Otros quitaron los escombros de las calles;

(…) “.

Por otra parte, la poeta Cristina Pizarro, en el poema Espanto (2022) se atreve a expresar su sentir frente al horror de la contaminación ambiental y sus consecuencias en el ecosistema:

“Veo seres espantosos

contagian de inmundicia nuestra tierra

(…)

Un diamante fatal vagabundea

entre máquinas cables chips

transmisores corrientes eléctricas galaxias satélites cometas”.

En el capítulo “Poesía versus prosa” Oteriño refuta la expresión de Lawrence Ferlinghetti (movimiento beat norteamericano) que afirma que “por carecer de canto, la poesía moderna es prosa: prosa poética”. Considera que la poesía lleva la impronta de cada época y esta tiene su propia música. Sostiene que “paralelo a la poesía existe la historia, hecha de novedades, cambio, temporalidad, fuga hacia adelante, extravío”. Será una música diferente seca, atonal o impensada, sin embargo surge de la fuerza vital de la contemporaneidad.

Los escritores somos conscientes de que nuestros textos se completan con el lector. Las palabras y sus ritmos adquieren diversas interpretaciones y hasta nos sorprenden porque van más allá de la intención de nuestro escrito. Quizá porque ya no es “nuestro”, es una labor compartida con lectores diversos. Esta es la riqueza de la publicación.

Oteriño destina un capítulo a “El protagonismo del lector”. El título alude a un diálogo único e irrepetible. El lector hace suyo el poema en el acto de la lectura “dándole otros alcances y hasta disintiendo con el autor”. Este es el motivo por el cual las lecturas de los clásicos encuentran en cada época, nuevos enfoques y reinterpretaciones. Asimismo, el lector, en diferentes etapas de su vida, descubre en las relecturas un sinnúmero de compresiones similares o divergentes. Esa es la historia viva, la que fluye, la que cambia y atraviesa el hacer poético.

Un buen complemento de la mirada poética de Oteriño puede ser el enfoque desde la “Historia del tiempo presente”, definición acuñada por historiadores franceses en la década de 1970. Esta corriente analiza la realidad social vigente y, por ende, la observa desde una relación de coetaneidad entre actores y testigos de la historia y el propio historiador. Los márgenes temporales son móviles, la memoria colectiva del pasado puede involucrar a diferentes generaciones que son protagonistas del período analizado. Existe un diálogo enriquecedor entre el historiador y los testigos de la historia vivida y una demanda social por la narrativa de ciertas temáticas vitales para la configuración de la realidad actual. Dichas demandas y la “aceleración del tiempo histórico” – en términos del historiador Eric Hobsbawm– que transita nuestra contemporaneidad señalan la necesaria tarea de interpelar a los actores del pasado próximo.

La poesía, entonces, es ese “decir lo otro”, en la historia del tiempo presente. Y en ese “decir” lleva las “señas de identidad”. La poesía es temporal, toca su propia música en cada contexto histórico y manifiesta diversidad de expresiones en cada lengua.

Cuando decimos que el quehacer poético atraviesa la historia nos referimos tanto a su permanencia desde el pasado hasta la actualidad, como así también al tiempo presente que imprime a la poesía el tono de la espiritualidad, las señales y las percepciones contemporáneas.

* La autora es Historiadora. Escritora. Docente.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA