Manuel Belgrano, una vida dedicada al bien público

El General Manuel Belgrano, de regreso de su misión diplomática en Europa, ya instalado en Tucumán y junto al General José de San Martín desde Mendoza, influirá decididamente en los diputados para que el Congreso Soberano declare finalmente la independencia de las Provincias de Sudamérica. Aquellos padres fundadores no solamente coincidieron en sus principios independientistas, sino que también fueron grandes impulsores de la educación, la ilustración y la cultura: pues sus principios y valores quedaron plasmados en innumerables proclamas, bandos, oficios y correspondencia que, siglos después, siguen siendo un legado que espera ser honrado.

Manuel Belgrano nació en la Buenos Aires colonial, en el seno de una familia de gran importancia económica y social gracias a la creciente actividad comercial de su padre lo que le permitió tanto a Manuel como a sus hermanos poder acceder a una educación y formación privilegiada para la época.

Realizó sus estudios en la escuela de primeras letras de la Parroquia de Santo Domingo y sus estudios secundarios en el Real Colegio de San Carlos.

Según sus propias palabras: “…la ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar á sus hijos la educación mejor de aquella época. Me proporcionó la enseñanza de las primeras letras, la gramática latina, filosofía y algo de teología en el mismo Buenos Aires. Sucesivamente me mandó á España á seguir la carrera de las leyes, y allí estudié en Salamanca; me gradué en Valladolid; continué en Madrid y me recibí de abogado en la Chancillería de Valladolid”.

Encontrándose en Europa, las transformaciones políticas, económicas y sociales, lo impulsaron a una sólida formación humanística la que recordaba diciendo: “confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y al derecho público”.

Y que atribuía a haber tenido la suerte de encontrar “hombres amantes al bien público” que le manifestaron sus útiles ideas en virtud de lo cual “se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la Patria”.

Por aquellos tiempos la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y la progresiva importancia de Buenos Aires como puerto de ingreso y distribución para el resto de las regiones virreinales impulsó a la Corona de España, por Decreto del 30 de Enero de 1794, a la institución del Real Consulado de Buenos Aires, estableciendo como una de las funciones centrales de la Junta del Consulado la Administración de Justicia en los pleitos mercantiles y además “la protección y el fomento del comercio […] el adelantamiento de la agricultura, la mejora en el cultivo y beneficio de los frutos, la introducción de las máquinas y herramientas más ventajosas, la facilidad en la circulación interior y, en suma, cuanto parezca conducente al mayor aumento de todos los ramos de cultivo y tráfico: para lo cual cuidará de averiguar a menudo el estado de dichos ramos [...] proponiéndome las providencias que le dicte su celo en beneficio de la agricultura, industria y comercio del país”.

Y unos meses después el 2 de Junio del mismo año se nombraba al joven egresado Manuel Belgrano como Secretario Perpetuo del Consulado de Buenos Aires, cargo desde el cual comenzaría una prolífica labor estableciendo las bases y premisas económicas para las futuras Provincias Unidas del Río de la Plata.

En consonancia con aquel decreto de creación donde se nota la influencia del novel funcionario, unos años después en pleno ejercicio de sus atribuciones, en una de sus famosas memorias económicas, el 15/07/1796 el mismo Belgrano afirmaba: “Fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio, son los tres objetos que deben ocupar la atención y el cuidado de vuestras señorías. Nadie duda que un Estado que posea con la mayor perfección del verdadero cultivo de su terreno, en el que las artes se hallan en manos de hombres industriosos, con principios y en el que el comercio se haga con frutos y géneros suyos, es el verdadero país de la felicidad; pues en él se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado y tendrá los medios de subsistencia y aún otros que le servirán de pura comodidad”.

Nada escapaba a su observación e inteligencia, comprendía que la tiranía, la sumisión y falta de libertades impuestas por la corona a la América eran las causas de sus males.

Convencido que: “Hubo un tiempo desgraciado para la humanidad en que se creía que debía mantenerse al pueblo en la ignorancia y por consiguiente en la pobreza para conservarlo en el mayor grado de sujeción”.

Su preocupación por conocer el país y su trabajo para tomar contacto con la situación de todas las provincias le permitieron elaborar proyectos para el desarrollo económico y la educación como forma de lograr la felicidad del pueblo y el bien común.

Manuel comprendía que ese era el camino para cambiar la dura realidad que vivía el pueblo y que él mismo registró con estas duras consideraciones: “He visto con dolor, sin salir de esta Capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez; una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es la abundancia y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil que ejerza un arte o que se emplee de modo, que tenga alguna más comodidad en su vida. Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”.

Esta miseria de los pueblos y que Manuel describía con descarnados detalles la vivirá en carne propia años después al encabezar las campañas militares en el litoral y el norte del país como general de los primeros ejércitos patrios, momentos en los que además de ocuparse en la guerra de la independencia continuará con su prédica económica y sus proyectos de fundar escuelas.

Algunos años más tarde, de regreso de su misión diplomática en Europa y ya instalado en Tucumán y junto al General San Martín desde Mendoza, influirá decididamente en los diputados para que el Congreso Soberano declare finalmente la independencia de las Provincias de Sudamérica.

Así en los primeros pasos de nuestra nación, aquellos padres fundadores no solamente coincidieron en sus principios independentistas, sino que también fueron grandes impulsores de la educación, la ilustración y la cultura; pues sus principios y valores quedaron plasmados en innumerables proclamas, bandos, oficios y correspondencia que, siglos después, siguen siendo un legado que espera ser honrado.

Pues el mismo Belgrano afirmaba: “¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten a los vicios, y que el gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?”.

Mientras que en el mismo sentido su amigo y hermano de causa: José de San Martín decía: “La ilustración y fomento de las letras son las llaves maestras que abren las puertas de la abundancia y hacen felices a los pueblos”.

Aquella destacada formación y preparación intelectual, el sentido de la responsabilidad cívica y su compromiso público a partir de los cargos y funciones que le tocó desempeñar desde el mismo momento de la colonia y hasta la Declaración de la Independencia, mostraron a Manuel Belgrano comprometido con el bien común desde una gran estatura moral y ética en cada una de sus decisiones y acciones, representando, durante toda su vida a través de sus pensamientos, palabras y acción: un verdadero ejemplo de hombre público.

* El autor es historiador.

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