El crepúsculo del gran americano: la última batalla de San Martín

Sus últimos años estuvieron marcados por una profunda decepción al ver que las guerras civiles en América socavaban los logros de su lucha por la independencia, demorando su progreso y proceso de consolidación nacional.

El liberador de América, José Francisco de San Martín, murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne – Sur – Mer, Francia, a la edad de 72 años, siendo uno de los más longevos líderes de la independencia de América. Sus últimos años estuvieron marcados por dolencias y enfermedades que lo aquejaron durante toda su vida y se agravaron producto de la vejez: reuma, cataratas y problemas de estómago, y también por una profunda decepción al ver que las guerras civiles en América socavaban los logros de su lucha por la independencia, demorando su progreso y proceso de consolidación nacional. Sin embargo el cariño y cuidado de su pequeña familia, compuesta por su hija Mercedes, su yerno Mariano y sus nietas María Mercedes y Josefa Dominga, hacían sus últimos días felices.

Pese a las dificultades económicas, las enfermedades y los apuros de los primeros tiempos de su exilio iniciado en Febrero de 1824, con el pasar de los años la situación del viejo guerrero se fue acomodando a partir de 1832 pudiendo disfrutar de una vida dedicada a los viajes, las artes y las reuniones con amigos, en la que destacaban pintores, compositores, poetas, músicos y destacados artistas europeos, además de diplomáticos y dignatarios de todos los rincones de América: reuniones sociales de las que tanto disfrutaba y que tuvieron en su antiguo camarada y amigo Alejandro Aguado, uno de los hombres más ricos e influentes de Europa, su mejor anfitrión y confidente.

Hacia finales de su vida, comenzaban a llegar también los reconocimientos de las Repúblicas por él liberadas, así a fines de 1848 recibía la comunicación de la Sociedad Patriótica del Perú, constituida por “los últimos guerreros de la Independencia y antiguos Patriotas del Perú” que: considerándolo “Fundador y Protector de la Liberad del Perú, han acordado en la primera sesión inscribiros en la sociedad como miembro nato fundador de ella por concurrir en vos, ilustre Americano, todos los méritos y servicios requeridos… al dar este paso, la Sociedad Patriótica, se considera muy honrada con vuestro nombramiento y espera que tan honorífico será para vos, por el testimonio de afecto que os tributa, como para la Nación de donde emana tan grato homenaje…”.

Pero además de los tributos públicos que llegaban de América, poco antes había recibido el del Congreso y Gobierno de Chile y también de la Legislatura y Gobierno de Buenos Aires en ejercicio de la representación nacional; también recibía los honores de amigos y camaradas, así en diciembre de 1845 su antiguo compañero de armas el General y ex Presidente de Chile Francisco Antonio Pinto le escribía: “Mi respetable general y distinguido amigo: Marcha a Europa mi hijo Aníbal, en la legación que va a Roma, y al pasar por París tiene que cumplir con la obligación que incumbe a todo chileno, de besar la mano a quien nos dio patria. Sírvase usted, mi General, echarle su bendición, que es la única que ambiciono para él y que le servirá de un poderoso estímulo para no desviarse jamás de la senda del honor… En todas ocasiones nos informamos de la salud de usted, y puede usted, con toda seguridad, contar con el respeto más cordial de todos los chilenos y muy especialmente de su apasionado amigo y servidor…”

Años antes, otro mandatario chileno el Presidente Joaquín Prieto le había escrito: “espero que a la fecha mi amado hijo Joaquín haya tenido el gusto y la honra de haberse presentado y conocido al virtuoso y honrado General San Martín, restaurador de su patria…”. Al igual que estas, muchas otras comunicaciones recibía el viejo guerrero de todas partes del continente expresando la gratitud y sobre todo resaltando sus valores y principios cívicos y éticos; así el célebre guerrero admirado en todo el mundo era también el anciano sabio a quienes propios y extraños recurrían por consejo y bendición, pues representaba lo mejor de América.

Entre 1848 y 1850 su salud tuvo en vilo a su familia y amigos, su vida comenzaba a apagarse: estoico y sereno sabía que se acercaba al final de sus días, y se preparaba para librar la última batalla; mortificado por “cataratas, iba reduciendo sus comunicaciones, lamentándose de tener que valerse de mano ajena para escribir su correspondencia, haciéndose leer los papeles públicos, y compartiendo los últimos meses de vida junto al Dr. Adolph Gérard, abogado y periodista, que vivía en la planta baja junto a su esposa e hijos, en la misma vivienda que los Balcarce y San Martín habían alquilado en el puerto francés de Boulogne Sur Mer y donde ambas familias compartían el comedor y otras dependencias de la casa”.

Los últimos días, acongojado por el sufrimiento de sus seres queridos le dijo a su hija Mercedes: “C’estl’oragequi mene auport!” - Es la tempestad que lleva al puerto - en un intento de tranquilizarla y hacer más llevadero aquellos difíciles momentos. En su sencilla habitación se encontraban colgados el sable corvo, símbolo de la independencia americana, su querido retrato conocido como el cuadro de la bandera y la imagen más apreciada también por su hija, junto al retrato de Bolívar: su émulo del norte quien se lo había obsequiado personalmente al concluir el encuentro en Guayaquil; objetos apreciados que recordaban sus glorias pasadas y su brillante, pero al mismo tiempo, austera carrera pública y que han sido testigos de aquellas largas charlas con su nuevo amigo el Dr. Gerard: conversaciones amenas que le permitieron a este último escribir una hermosa reseña biográfica a pocos días de aquel fatídico 17 de Agosto de 1850 en que dejaba de existir el Libertador de medio continente Don José Francisco de San Martín, autor de un legado que es y debe ser la mejor inspiración para los latinoamericanos de hoy en día, así como también lo fue en otro tiempo.

* El autor es docente y ensayista.

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