Crónicas urbanas sobre el coronavirus: un mes de aislamiento que parece de película

Nuestra periodista despierta hoy, como en el "El día de la marmota" y siente una sensación muy parecida.

Crónicas urbanas sobre el coronavirus: un mes de aislamiento que parece de película
Crónicas urbanas sobre el coronavirus: un mes de aislamiento que parece de película

Mendoza, 18 de abril. Día 30 de aislamiento D.V.

Y llegó. Un mes. Eso contado desde la parte de mi cerebro que todavía no entiende que los tiempos y el espacio son otros. Uso el reloj pulsera. Miro la fecha en la pc. Cuento: “hoy es sábado, ayer fue viernes, mañana domingo”. Testaruda.

En mi televisor veo ahora, mientras escribo, a un dj de Palermo re porteño pinchando discos desde el balcón. En otros edificios bailan. Yo también me muevo al ritmo de su música, a 1.189 kilómetros por ruta de su equipo de sonido. Uso el artículo antes de cada nombre: re mendocina.

Bailamos igual.

El virus ha puesto en acción el modo planetario. Es un hecho que se vuelve práctico y tangible a cada instante. Ahora es el dj y su música electrónica sonando en el mundo entero. Se mueve el que quiere.

Los teóricos que antes nos parecían inmunes a la miserabilidad de la vida -ahora en sus casas como yo- lo dijeron antes en miles de libros. Le llamaron “globalización”.

Hoy los que solo percibimos, experimentamos, vivimos, deseamos, reaccionamos como podemos a nuestras condiciones y entornos: lo entendemos. Entendemos a los teóricos con la mismísima piel.

El virus se ha puesto en acción de modo planetario. El virus nos desnuda y nos iguala: los teóricos están tan encerrados en su pieza como yo, como vos.

Estas derivaciones de mi pensamiento, que ayer se volvieron densas y raras al mirar el futuro, son también efectos del virus.

Como contaba recién, abrí los ojos y lo sentí. Llegó. Un mes. Como en “El día de la marmota”.

El cine siempre viene a mí para explicarme algo. Y como en esa película quiero pensar que es el amor, el cariño hacia uno y hacia los otros, lo que hará que el bichito se rinda; o al menos nos dé una tregua.

Hay cosas que no cambian con estas condiciones extremas en las que estamos. Una de ellas es nuestra esencia, lo que somos. Yo soy querendona, cariñosa, afectiva. Me gusta pensar en el amor. Siempre.

Notarás que estoy más dispersa que de costumbre. Salto de una cosa a la otra con más facilidad. Es el encierro. Un mes.

Hoy cuando me desperté entendí que tenía que entregarme. En el medio del caos que rodea a mi casa que es hoy el planeta todo, en el medio de la confusión que altera mis ritmos aunque use reloj de pulsera, sentí que tenía que entregarme.

De nuevo, reiteradamente, la idea de la resignación.

Pero esta vez era una resignación distinta. Cuando me levanté y empecé mis ejercicios de la mañana que incluyen saltos, estiramientos y pasitos de ballet, sentí que mi cuerpo estaba suspendido en un espacio de plena ebullición.

La idea no me detuvo. Me movió a la acción pero distinto.

Antes también jugaba a los saltos, estiramientos y pasitos de ballet pero en secreto, para que nadie se enterara porque no soy bailarina. Ahora, ya desnuda en la pandemia, mis piruetas no son ridículas, me enorgullecen y las muestro.

Eso hice. Puse una foto del momento en Instagram mientras remoloneaba un rato después del almuerzo. “¿Por qué? ¿Por qué mostré asuntos que antes jamás hubiera compartido públicamente?”, me pregunté. Me respondí: “porque en esta desnudez planetaria mis piruetas deficientes son evidencia de que estoy viva, de que juego, de que bailo. Como hace un instante lo hizo el dj porteño”.

Todos bailamos. Todos.

La pandemia nos vuelve niños. Nos permite liberarnos de esas formas que marcan que “los adultos no hacen tal o cual cosa”.

Hay asuntos que no cambiaron en estas condiciones extremas. Una de ellas es la esencia personal: lo que somos, lo que fuimos, lo que podemos llegar a ser.

Hay asuntos que sí cambiaron para siempre en estas condiciones extremas. Una de ellas es la esencia colectiva: lo que somos, lo que fuimos, lo que podemos llegar a ser.

Esa frase estúpida sobre “el niño interior” se ha vuelto norma en el encierro donde jugamos, corremos por la casa maratones, nos damos la cabeza contra la pared para sacar de ahí la cantidad de ideas que se acumulan al pasar las horas.

“El día de la marmota” me trajo esa idea de la resignación distinta. Esa idea de verme como soy pero mejorada, suelta, entregada.

Con el virus lo lindo se ve más, y lo feo también.

“¿Para qué fingir u ocultar?”, me dije; y entonces compartí la foto de ese rato de juegos que me permito cada mañana. Me mostré más vulnerable, más despojada de los intelectualismos en los que me metí ayer como futuróloga. Soy todo eso, junto. ¿Y qué? Somos todos eso.

El virus nos pone más osados.

De eso me di cuenta después de dos reuniones virtuales que tuve durante la tarde. Me junté con mi socia y una amiga que se ha sumado a nuestro proyecto cultural. Fue un hervidero de ocurrencias que casi sin pausa se están volviendo acción.

El virus nos pone más osados, más ocurrentes, más creativos, menos prejuiciosos, más irreverentes.

Lo que sucedió en esas largas charlas que tuvimos vía chat en mi mundo anterior hubiera requerido otro tiempo y otra cabeza.

Ya somos otros, hay que resignarse del modo lindo: como en el “El día de la marmota”; pensé mientras me tomaba los mates en las horas del trabajo.

En la vida anterior a esa charla que tuvimos le hubiera seguido un largo tiempo de encuentros entre las tres. Sin concretar nada.

Dudas, objeciones, reservas, suspicacias, planificaciones para no fallar. “Pará, pará: no te mandés”. “Pará… ¿podés?, ¿te animás?, ¿querés?”.

Meses hubieran sido. Meses.

Ahora, en este universo en el que urge reaccionar, la cosa se resolvió con tres frases. Nos mandamos, nos animamos, queremos, podemos, lo hacemos. Casi no hay plan: hay acción.

"Somos lo que somos, podemos lo que podemos. Hagamos: es preciso", nos dijimos. 
Solté la reunión y me puse a bailar. De alegría, liberada, abierta en mi cabeza a un millón de posibilidades que antes estaban ahí pero no se me ocurrían.

Atavismos, mandatos, miedos. Todo voló por los aires en estos tiempos de pandemia. 
Hacemos porque la cabeza no puede más, no para. Porque giramos como hamsters en la jaula. Porque no basta con correr maratones en la habitación. Tenemos que expresar, que entregar-nos/les.

El bicho ha llegado para decirnos que basta de teorizar en la burbuja. Basta. Es lo que hay. Somos lo que somos. Busquemos la mejor versión como en el "Día de la marmota".
Increíbles las casualidades. Increíbles las asociaciones que hace la cabeza en estos tiempos. Me pasó.

Mientras me retorcía de entusiasmo por todo lo que vamos a hacer juntas, las tres amigas-socias, me acordé de un texto que escribió Javier Daulte, el director y dramaturgo de teatro porteño, para Infobae. Lo leí no sé cuando, tiempos de estos tiempos.

El tipo decía algo así como que el coronavirus no tenía la culpa de lo que no terminamos, de lo que no hacemos y dejamos por la mitad, de lo que no nos animamos. 
Lo que sí hizo este bicho ladino fue dejar al descubierto las mañas.

Me di cuenta, en los rulos espiralados de palabras que daban vueltas por mi cabeza, que todo esto que había pensado durante el día estaba en relación: la foto, mis bailecitos con el dj, la valentía de mandarnos a la aventura con lo puesto.

El virus llegó a mi vida antes. El virus se venía anunciando. Empezó por diciembre, cuando sentí que mi cuerpo mendocino era agua pura de montaña. Agua y sol. Y salí con otros miles a defender la idea por allí: con bailecitos, mandándonos a la aventura con lo puesto.

A medida que pasaba la tarde, más se afianzaban en mí las ideas que habían empezado en la mañana, con la película preciosa y Bill Murray.. Llegó otro artículo, esta vez del Página 12, para reafirmarlo.

Leí -leo mucho en esta pandemia que es otra forma de accionar-: “Sin dudas, nuestra sociedad no volverá a ser la misma. Son pocas las veces en que la humanidad se encuentra ejerciendo una acción colectiva de forma global y simultánea, son pocas las veces también en que tenemos la oportunidad de transformarlo todo, de cambiar radicalmente nuestras subjetividades, valores, deseos y las formas en que imaginamos un mundo en el que quepan otros mundos”.

Sintonía total. Felicidad. El futuro existe y lo hacemos de balcón a balcón. Acción colectiva, en eso estamos. Acción y reacción. Deseo y valores. Formas y contraformas.
El cuerpo todo suspendido en un maremoto invisible y silencioso, aferrándose a la música del dj a 1.189 kilómetros. Estamos juntos, vos bailás y yo también. El cuerpo puede. Se manda. Se expresa.

Es lo que hay, y con eso basta para cambiarlo todo. Esa es una enseñanza de la pandemia que da vueltas en la cabeza del planeta entero: somos más, somos el mundo.

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