Historias de mujeres, mujeres con Historia

Entre tantas mujeres que forjaron la nación, vale recordar a tantas maestras y enfermeras integradas al mercado de trabajo que vigorizaron la conformación de las clases medias, y un puñado de mujeres letradas junto a pioneras del conocimiento científico.

La mujer en la historia
La mujer en la historia

La historia social, la historia de la familia y de las mujeres han contribuido a la renovación de los estudios históricos en la Argentina y América Latina en sintonía con el crecimiento del campo profesional en los principales centros académicos mundiales. Los cambios operados en las formas familiares, y la participación de las mujeres en la vida pública incidió en la agenda de investigación de las humanidades y ciencias sociales con el fin de develar cambios y continuidades de los modos en vivir en familia, y la cambiante relación entre los sexos en las sociedades del pasado y del presente.

La historia de las mujeres experimentó un desarrollo exponencial en las últimas décadas. Se trata de una vertiente de estudios que emergió en los años sesenta del siglo XX en sintonía con los movimientos feministas que refutaron las historiografías que enaltecían el papel del Estado y de la política ejercida y practicada por varones, o que bien priorizaba la atención en los grandes procesos o estructuras históricas. Un tipo de narrativa que otorgaba a las mujeres (y a otros actores subalternos), un lugar marginal en el que su protagonismo quedaba registrado en alguna nota al pie de página, o servía para ilustrar trayectorias excepcionales que ameritaba saltar al cuerpo del texto. Esa forma de estudiar a las mujeres ha cambiado casi por completo a raíz de nuevas perspectivas y enfoques que han permitido mejorar la comprensión de la experiencia histórica de mujeres de carne y hueso, y de las motivaciones y concepciones que jalonaron el accionar individual y colectivo a través del tiempo.

Un libro reciente “Nueva Historia de las Mujeres en la Argentina”, coordinado por Débora D’Antonio y Valeria Pita (publicado por editorial Prometeo), pone en escena cuánto podemos saber de la vida de las mujeres que poblaron la Argentina del siglo XIX y las primeras décadas del XX que estaban a la espera de ser rescatadas del olvido. Se trata de capítulos compuestos por relatos breves e ilustrados, escritos por un grupo de historiadoras y antropólogos con amplia experiencia en archivos y bibliotecas preocupados por rastrillar las voces y prácticas de mujeres de sectores populares urbanos y campesinos, y de las que poseían capitales culturales apropiados para emprender carreras literarias o científicas hasta el momento poco o nada conocidas.

A la manera de un caleidoscopio en el que sucede el tiempo de la revolución, la construcción del estado nación y la conformación económica, social y cultural de la Argentina moderna, los capítulos que lo conforman exponen una pluralidad de retratos entre los que sobresalen “amas de leche negras” que en la Buenos Aires de 1810 reclaman a la justicia el pago de sus servicios a las familias decentes que las contrataban para alimentar a sus vástagos. Mujeres plebeyas de Salta y Jujuy (indígenas, mulatas, mestizas, negras esclavizadas o libres) que se movilizaban con el Ejército Auxiliar del Norte, conocidas con el nombre de “rabonas”, quienes acompañaban a sus esposos o compañeros con el fin de asistirlos en las campañas militares, y que desvelaron al general Manuel Belgrano porque impedían disciplinar la tropa. También figuran mujeres politizadas a favor de la Patria y la religión que sostenían las cofradías en las parroquias rurales de Buenos Aires, y un dúo de mujeres esclavizadas de Santa Fe que hicieron uso de la normativa, de su trabajo y sus ahorros para emanciparse de sus amos y emprender el camino de la libertad de la que gozaban sus hijos por haber nacido después de la libertad de vientres sancionada por la Asamblea en 1813.

Más avanzado el siglo XIX prevalecen historias o biografías mínimas de mujeres condenadas por delitos diversos y recluidas en cárceles porteñas, o en el Asilo del Buen Pastor, que al tiempo de cumplir con sus penas confeccionaban escobas para la venta o el aseo de la ciudad, y los uniformes que vestían a los soldados del ejército. Viudas y madres desoladas por la muerte de sus esposos e hijos en los campos de batalla que peticionaban pensiones a las autoridades de la República en ciernes acreditando el servicio patriótico de sus deudos. Mujeres endeudadas que empeñaban sus pocos bienes personales para sobrellevar la adversidad y los magros salarios que percibían en labores domésticas. Mujeres de pequeñas aldeas europeas que esperan y escriben cartas a sus prometidos que habían resuelto emprender el camino de la migración tras el océano, y que una vez radicadas en el interior de la Argentina rural se decepcionan por el rancho que habitaban, y padecían la profunda tristeza de organizar su vida doméstica sin vínculos, con un idioma que debían aprender y gente desconocida. Ese racimo de vidas también exhibe el abandono del marido, embarazos no deseados, el tránsito a la gran ciudad y la violencia intrafamiliar.

Ya en los albores del siglo XX florecen testimonios de mujeres urbanas, nacidas en el Viejo Mundo o en el país, que participaron de las huelgas generales de 1912 y 1917 en Buenos Aires, azuzando a sus parientes empleados en el ferrocarril o en las fábricas que crecían en los suburbios, y distribuían panfletos con sus críos a cuestas. Un proceso equivalente al experimentado por sus congéneres mendocinas que en 1917 salieron de los conventillos para increpar al gobierno y la patronal para mejorar las condiciones de trabajo dejando como saldo la muerte de Josefina B. de Gómez y Adela Montaña a raíz de la represión del ejército. El libro también se hace eco de mujeres indígenas arrancadas de las tolderías como resultado de la campaña militar liderada por Rufino Ortega y esclavizadas en sus fincas, o ubicadas en familias de las elites mendocinas. Se trata de hijas de caciques pampeanos de miradas esquivas con quienes conversó el naturalista Carlos Rusconi cuyos registros develan la tragedia de la desvinculación, sus padecimientos y el lenguaje memorial de sus ancestros y el paisaje perdido.

En otros segmentos del mundo social, figuran trayectorias de maestras y enfermeras integradas al mercado de trabajo que vigorizaron la conformación de las clases medias, y un puñado de mujeres letradas junto a pioneras del conocimiento científico. Las primeras escriben sobre todo relatos de viaje (sin ficción mediante) gracias a la expansión de la alfabetización y de la industria editorial a nivel internacional que multiplicó el público lector a raíz del interés por conocer paisajes y costumbres argentinas y latinoamericanas. Tales trayectos literarios pertenecían a mujeres nativas (como la gran Eusebia Mansilla) o extranjeras, y esa amalgama entre las nacidas en el país, y las procedentes del flujo migratorio trasatlántico fueron las que vigorizaron comisiones científicas en los museos mediante funciones muy diversas contribuyendo a sustentar los cimientos de la cultura científica del país.

Esta brevísima síntesis del repertorio de siluetas femeninas reconstruidas con maestría en el libro no sólo pretende incitar la lectura de una obra que está disponible en librerías o portales para deleitarse de su factura y sumergirse en vivencias del pasado social, político y cultural argentino. Más aún cuando en estos tiempos convulsos se suele poner en duda la “utilidad” del conocimiento histórico profesional, y condenarlo al relicario de los bienes culturales de la nación o de las provincias.

* La autora es Historiadora, INCIHUSA-CONICET-UNCuyo.

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