El gran Sarmiento

Sarmiento se fue antes del alba, a las 2,15 del 11 de setiembre, lúcido como había vivido y desplomándose sobre la misma tierra que su adorado Dominguito.

Sarmiento se fue antes del alba, a las 2,15 del 11 de setiembre, lúcido como había vivido.
Sarmiento se fue antes del alba, a las 2,15 del 11 de setiembre, lúcido como había vivido.

Muchas son las páginas que se llenaran hoy con palabras alusivas a Sarmiento, cumpliendo el ritual que conlleva cada aniversario de su muerte. Aunque nos resulte común es importante ir más allá y recordad que pocos son los hombres que mantienen tamaña vigencia. Su voz atraviesa el espeso silencio que impuso el tiempo, señalándonos aún el único camino hacia las bondades de la civilización y el bienestar común, un camino llamado educación.

Viajemos a 1888 cuando ya muchos patriotas habían partido, pero el titán de la pluma seguía en pie. El 5 de junio de ese año Sarmiento viajó a Paraguay, de donde jamás regresaría. Ese día Buenos Aires estremeció literalmente. Un fuerte sismo —5,5 en escala Richter— sacudió la ciudad, hizo falta un “terremoto” para despedirlo.

A pesar de la guerra de la Triple Alianza y de sus palabras duras contra el país, Paraguay abrió sus puertas tanto a él como a su familia. Incluso le obsequiaron un terreno en Asunción, para que edificara su hogar.

Allí mantuvo una nutrida vida social y las madrugadas lo encontraban escribiendo. Pasaba noches enteras entre multitudes de hojas y libros esparcidos por doquier. En la prensa paraguaya publicó varios artículos cosechando elogios y un duelo a muerte que aceptó, pero fue impedido por el presidente.

Su actividad no alivió los achaques, aunque estaba allí por prescripción médica debido al clima de la ciudad. Ya en su lecho de muerte el viejo guerrero se negó a recibir sacerdote alguno, siguiendo con firmeza sus convicciones. Sarmiento era masón y no se llevó bien con la religión imperante, durante su juventud la combatió desde las memorables páginas del Zonda, por ejemplo.

Sarmiento se fue antes del alba, a las 2.15 del 11 de septiembre, lúcido como había vivido y desplomándose sobre la misma tierra que su adorado Dominguito.

Como era costumbre se fotografió el cadáver. El Museo Sarmiento de Buenos Aires señala en su sitio web al respecto: “Su hija Faustina fue quien encargó la imagen al fotógrafo paraguayo Manuel de San Martín, que dirigía el mejor estudio fotográfico de la ciudad. El médico Alejandro Candelón y el diplomático Martín García Mérou fueron los encargados de trasladar el cuerpo de Sarmiento hacia otra habitación y ubicarlo en posición de lectura. La intención fue dar a conocer al mundo que el maestro dedicó hasta el último minuto de su vida a estudiar y trabajar para la prosperidad de la patria”.

El artista Víctor de Pol confeccionó la máscara mortuoria. Fue embalsamado en hora y media.

En Asunción lo despidieron con un acto homenaje y cubierto por las banderas de la Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, cumpliendo el deseo del prócer. Formosa recibió de la comisión paraguaya el ataúd. De allí fue trasladado a Corrientes, en cuya catedral principal se celebró un funeral; lo mismo sucedió cuando el cuerpo llegó a Rosario y más tarde a San Nicolás. Diario Los Andes seguía el traslado, informado a los mendocinos sobre los funerales del sanjuanino.

Finalmente, el 21 de septiembre de 1888 al mediodía, autoridades nacionales y un nutrido público recibieron los restos en la capital. En el cementerio pronunciaron discursos Aristóbulo del Valle, Carlos Pellegrini, Osvaldo Magnasco, Agustín de Vedia y Paul Groussac. Descansó provisoriamente junto a su hijo Dominguito.

Al día siguiente todos los diarios suspendieron sus ediciones y se unieron en una sola publicación con el título de “La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo Faustino Sarmiento”. Una distinción y reconocimiento inéditos que no volvieron a repetirse por nadie hasta 2020, en relación a la lucha contra el COVID-19.

*La autora es Historiadora.

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