La nueva Edad Media - Por Carlos Salvador La Rosa

La nueva Edad Media - Por Carlos Salvador La Rosa
La nueva Edad Media - Por Carlos Salvador La Rosa

Con la caída de la URSS, se impuso la idea del fin de la historia, del triunfo del imperio norteamericano, de Occidente sobre Oriente, el pensamiento único, la democracia liberal impuesta en todo el mundo, etc. etc. Esa tesis de Francis Fukuyama fue amada y odiada por igual pero todos hablaban de ella como la profecía que construiría el futuro.

Sin embargo, en la misma época, otro autor escribió un libro que decía exactamente lo contrario, pero pocos lo leyeron. Hablamos de “La nueva Edad Media” de Alain Minc, que siendo también un liberal como Fukuyama, descreía del triunfo de la civilización occidental con la caída del comunismo y más bien preveía el retorno de las corporaciones, los feudos y los imperios medievales.

Predijo que Rusia en vez de una democracia gorbachoviana se iba a definir como un imperio presoviético, zarista, que por debajo tenía a innumerables exprovincias convertidas en paisitos que negociarían con el rey como los señores feudales negociaban en la Edad Media. No habrá ninguna pax americana duradera, dijo Minc. La economía informal superará a la formal. La gente se aislará porque el temor a contagiarse de todo lo extraño (los inmigrantes ayer, hoy los virus) es parte sustancial de este nuevo viejo espíritu. Habrá zonas grises al margen de toda autoridad, como las mafias y la corrupción. Veremos el hundimiento de la razón como principio motor en provecho de ideologías primarias. Y finalizaba previendo el retorno de las crisis, las sacudidas y los espasmos como decorado de nuestra cotidianeidad. Exactamente lo contrario a Fukuyana, y muy parecido a lo que hoy está ocurriendo.

Hoy la globalización, frente al coronavirus, está en terapia intensiva porque todos buscan aislarse (una especie de trumpismo sanitario). Todos desconfían de todos y todos se quieren proteger de todos. No hay más que lógicas nacionales o locales. Lo cual es comprensible en el combate contra la pandemia. El problema es que esa  lógica pretenda imponerse en el futuro.

Para entender lo que hoy está pasando, más que hablar de democracia o república, de libertad o autoritarismo, sirven más términos como imperios, civilizaciones y feudos en pugna por imponer cada uno su respectiva lógica. El imperio norteamericano habla del virus chino. Otros hablan del virus neoliberal o del de los chetos. Prediluvianos. Mientras, los intendentes  y gobernadores cierran las vallas de sus jurisdicciones y cuentan los muertos a ver quien tiene menos para luego facturarlos políticamente. Crece cada vez más el sueño medieval de combatir la globalización que hoy cubre todo el orbe, con pequeñas escaramuzas locales.

China y en general el Oriente tecnologizado hacen uso de los modernos instrumentos digitales para combatir la pandemia pero a la vez desarrollan nuevas metodologías de control que luego de terminada la guerra contra el virus, medirán a ver cuanto de ese control acepta la gente a expensas de su libertad o de su intimidad. Porque el control poblacional con la tecnología se está experimentando debido al virus como nadie se animó nunca antes. Y quien mejor logre sacar a flote a su pueblo con menos bajas, será quien más facturará sus alternativas y tratará de imponer su visión del mundo.

En fin, marchamos del fin de la historia al regreso triunfal de la historia con sus pestes, demonios y mitos. Del combate ideológico al retorno de las civilizaciones. La nueva Edad Media está empezando a nacer. Puede ser flor de un día o el comienzo de una nueva era. Dependerá de la profundidad de lo que hoy estamos viviendo. Pero el cambio será inevitable. Una Edad Media de la globalización nos espera si no somos capaces de poner la razón por encima de la barbarie que las pestes traen consigo inevitablemente.

¿Y en la Argentina?

Perón  fue un adelantado en hablar de universalismo (una especie de globalización política). Pero a la vez el peronismo es quien más sabe, por su forma organizativa, de medievalismos, corporaciones, iglesias, obispos, curas, sínodos, papas versus reyes... En su seno luchan las dos lógicas.

Desde que la Argentina se impregnó de virus, el elegido para conducirnos, por una pirueta impensada del destino, parece que puede ser AlbertoFernández sobre Cristina (antes todo indicaba lo contrario), sobre todo si el presidente se mueve con firmeza, discreción y criterio a la vez, cosas con las que comenzó pero que esta semana trastabillaron por la interna peronista.

Si sabe convocar a todas las comunidades del “reino”, mucho más allá del peronismo o del kirchnerismo, Fernández logrará más de lo que siempre esperó. Nunca los que no son peronistas admiraron tanto a un presidente como le pasa hoy a Alberto. La consultora Giacobbe y asociados dice:  “La imagen positiva de Alberto Fernández creció treinta puntos, de 37.7% a 67.8%. Su imagen negativa retrocedió de 45.5% a 12.5%. Ante el riesgo, la ciudadanía argentina configuró un padre protector a quien defender, tanto en términos personales como en términos de las políticas de Estado que está implementando”.

Quizá lo mismo pasó con el segundo Perón, el de los 70, pero todo le falló al General por la interna peronista. Habrá que ver si hoy se repite o no la historia. Aunque eso ya es pensar demasiado lejos, nadie puede ver tanto cuando las cosas se están reconfigurando con tanta rapidez. Pero que cambió el poder, cambió el poder. Es demasiado fuerte lo que está pasando para que luego las cosas queden como estaban.

Alberto, el que es visto hoy como pater familis (otro término antiguo), para destacarse positivamente tendrá que ser distintísimo a Cristina. El presidente de la unidad y el acuerdo. Iba bien, pero esta semana decidió conciliar su interna que es a pura grieta y por eso compartió su gran prestigio actual con  quien no tiene prestigio (Moyano). Se enfrentó con empresarios y con un montón de gente más.Y pagó el costo de antes haber cedido ante la corporación bancaria.Quizá se enojó con algunas críticas o quiso conciliar con sus propios extremistas. Pero eso está mal. Alberto deberá responder a la pequeñez con grandeza y dejar de lado su propia pequeñez. Si de veras quiere ser lo que hoy puede llegar a ser.

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