La ausencia y el silencio

Como individuos sociales que somos, los seres humanos muchas veces sufrimos tanto la ausencia como el silencio que conlleva de parte de seres queridos. Aquí analizamos esas palabras y sus usos.

Pintura de Fernand Khnopff  (fragmento)
Pintura de Fernand Khnopff (fragmento)

Los seres humanos somos comunicativos y sociales por excelencia: nos alimentamos de presencias y de palabras. Por eso, nada hay más doloroso, quizá, que la ausencia y el silencio. Más allá de lo que provocan estos dos hechos, veamos qué designan las palabras que los nombran.

Ya desde su etimología, los vocablos ‘ausente’ y ‘ausencia’ se pueden explicar en cuanto a su significado: en primer lugar, el prefijo “ab-” indica separación y alejamiento; luego, nos vamos al verbo “esse”, que traducimos como “estar”. Por consiguiente, el ‘ausente’ es el que está lejos, separado, y la ‘ausencia’ es el alejamiento, la separación, el abandono, la retirada.

Resulta interesante ver que la ‘ausencia’ es, también, la “falta o privación de algo”, entendida como carencia y vacío: La obra folclórica concluye, con melancolía, diciendo “Cuando esta zamba te cante, en la noche, sola, recuerda, mirando morir la luna, cómo es larga y triste la ausencia”.

En ámbitos específicos, ‘ausencia’ toma significados especiales; en Derecho, constituye la “condición legal de la persona cuyo paradero se ignora”; en términos médicos, la ‘ausencia’ es la “supresión brusca, aunque pasajera, de la conciencia”; en lo psicológico, se define como “distracción del ánimo respecto de la situación o acción en que se encuentra el sujeto”.

En el mundo de las locuciones, contrastan las ‘buenas ausencias’ y las ‘malas ausencias’: las primeras pueden señalar el encomio que se hace de alguien que no está presente y, además, las noticias halagüeñas que se dan de quien se halla ausente: A pesar de encontrarse tan lejos mi hijo, todas son buenas ausencias. En cambio, la segunda locución indica el vituperio o las nuevas desfavorables de una persona no presente: Hay quienes se deleitan en divulgar las malas ausencias del que, por hallarse lejos, no puede defenderse.

Famosa es la locución ‘brillar alguien por su ausencia’: esta frase popular deriva de la costumbre de los antiguos romanos de exhibir, durante las ceremonias funerarias, los retratos de los antepasados y deudos del difunto, como un homenaje. Esto se realizaba con efigies a partir de mascarillas de cera.

El historiador Tácito, en su libro III de los Anales, menciona que, en el entierro de Junia, dama romana de alta alcurnia, no habían estado presentes y, por ende, se destacaron por su ausencia, Casio y Bruto, hallados culpables del asesinato de Julio César. Y no lo habían hecho, ni siquiera en imágenes, por el crimen del cual se los acusaba. La oración en aquel texto decía “Praefulgebant Cassius atque Brutus, eo ipso, quod effigies eorum non visebantur”, cuya traducción literal era “Brillaban Casio y Bruto, por esto mismo, porque sus imágenes no eran vistas”. De allí toma, entonces, ‘brillar por su ausencia’ el actual sentido de “destacarse alguien por no estar presente en el lugar u ocasión en que era de esperar”: En el acto conmemorativo de hoy, la máxima autoridad brilló por su ausencia. Es la misma idea contenida en el pensamiento ‘La presencia más fuerte es a menudo una ausencia’.

Se vincula a ‘ausencia’ el concepto de ‘emigración’, entendido como el “abandono de su propio país para establecerse en otro extranjero”: La actual emigración de jóvenes nos da, en nuestros hogares, muchas figuras ausentes. También, la ‘expatriación’ es ausencia toda vez que implica salir de la patria: Asistimos, lamentablemente, a numerosas ausencias familiares producidas por la expatriación en la búsqueda de mejores horizontes. Ideas similares conllevan verbos como ‘exiliar’, ‘desterrar’ y ‘confinar’.

Nos deja pensativos un consejo que juega con la antinomia ‘presencia/ausencia’: “Aprende a regalar tu ausencia a quien no valora tu presencia”.

La tristeza por la lejanía puede también revestirse de silencio. No nos vamos a quedar con la primera definición que, para este término, encontramos en el diccionario, como “abstención de hablar” o “falta de ruido”: cuando escribimos, con el ‘silencio’ estamos señalando “omisión”: No es objetivo en su relato ya que deja en silencio a los que no comulgan con sus ideas. Asimismo, puede ser sinónimo de “ocultación y secreto”, o de “disimulo y reserva”: Nos duele y llama la atención el riguroso silencio con que se mueve la investigación”.

En una autorreferencia, me remito a mi nota en este medio, “Cuando el silencio es elocuente”, de 2019, en la que reflexionaba: “El silencio puede ser equivalente a prudencia, cuando el que lo guarda no arriesga una opinión, sino que calla para no comprometerse, para no quedar mal, para no recibir críticas. Si bien puede aceptarse ese silencio esporádicamente, ante una situación determinada, es censurable cuando se transforma en una actitud corriente e indica cobardía, falta de sinceridad y de compromiso. En estos casos, el silencio nos habla de tibieza y de comodidad.

El silencio puede indicar complicidad o, dicho de otro modo, el cómodo ‘callar es consentir’. Hay quienes guardan silencio por obsecuencia, para no mostrar disenso respecto de la autoridad, aunque en el interior de sí mismos piensen diferente. Denunciar implica salir del apoltronamiento y marcar lo que es incorrecto, lo que es ilícito, lo que debe dejar de funcionar equivocadamente.

El silencio puede señalar hostilidad y rabia contenidas, algo así como el volcán inactivo aparentemente que, de golpe, puede entrar en erupción y causar daño.

El silencio puede ser sinónimo, a veces, de sufrimiento; otras, de falta de actividad y de omisión voluntaria o involuntaria de palabras, de pasividad y represión de emociones y pasiones, de resignación e impotencia, de vergüenza y tristeza.

Pero, también, el silencio forma parte del ocio creativo: señala, entonces, la pausa necesaria para la reflexión, para el estudio, para la investigación, para la introspección, para el amor, para la entrega…”.

Nos quedamos pensando en la verdad de algunas frases célebres: Para hacerse oír, a veces hay que cerrar la boca”, del escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006); y la reflexión de Píndaro (518 a. C.): “Muchas veces lo que se calla hace más impresión que lo que se dice”.

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