El mapa de la crisis que se extiende como el virus - Por Marcelo Zentil

Una comunidad en problemas recibió un abrazo que atravesó kilómetros. Lo peor de la parálisis económica recién empieza.

El mapa de la crisis que se extiende como el virus - Por Marcelo Zentil
El mapa de la crisis que se extiende como el virus - Por Marcelo Zentil

Esta historia empezó a escribirse hace un par de semanas y el escenario donde transcurre es una escuela rural del Gran Mendoza, aunque incluirla dentro del área metropolitana provincial parece injusto: está tan lejos de todo que los chicos rara vez han visitado el Centro y la emoción los invade cuando una excursión los acerca a la ciudad.

El detonante fue el viaje de una maestra para repartir los cuadernillos en los que deben hacer las tareas aquellos  alumnos que no pueden recibirla de modo electrónico.

Las computadoras son una rareza en esa geografía inhóspita, donde en la primavera afloran las chacras y ahora sólo hay campo yermo.

Allí, el celular es la vía de contacto con ese otro mundo donde viven sus maestras y desde donde les han llegado cada día las tareas, a partir de la suspensión de clases presenciales por el coronavirus. Pero no todos los estudiantes tienen acceso a un smartphone.

En su viaje,  la maestra quedó sorprendida con lo que vio, pese a que hace varios años da clases en esa escuela y sabe de las noches sin cena, de los desayunos y almuerzos ansiados en la escuela, de las camperas flacas en invierno.

Pero la imagen esta vez fue muy fuerte. Tanto que apenas volvió a su casa la contó a través del grupo de Whatsapp a sus compañeras. Hubo lágrimas de muchas y rápidamente una decisión: aportar ellas y pedir ayuda a sus familiares, amigos, vecinos.

Un par de camionetas, donde llevaron camas y   colchones, y media docena de autos, repletos de ropa y alimentos llegaron hace unos días hasta el punto de reunión en la puerta de la escuela, a varios kilómetros de la ruta. Un mayorista incluso envió un bolsón para cada una de las 45 familias.

El agradecimiento se notó en la sonrisa de todos los que recibieron ese abrazo solidario que recorrió decenas de kilómetros. Y también en los mensajes que empezaron a llegar después a los celulares de las docentes. Las lágrimas volvieron a brotar.

La pandemia económica ha hecho estragos en esa comunidad de trabajadores rurales, como en muchas de la provincia y el país. Es cierto, reciben ayuda estatal: algunos cobraron el IFE, también tienen la asignación universal y están los bolsones que envía la DGE. Aunque en ese rincón lejano, el Estado no llega a todos por igual. Algunos ni siquiera saben hacer los trámites.

Además, el campo ya no es lo que era y así como en las ciudades se multiplicaron los deliveries, los take away y demás, allí la comodidad la dio el almacén. Entonces, las huertas familiares se ralearon, los gallineros se despoblaron y la tradición del autoabastecimiento fue perdiendo fuerza.

Por eso, en ciertos sectores del campo la pobreza pega igual que en las áreas urbanas, aunque con más dificultades para acceder a los planes.

Daño profundo

El Gobierno provincial reconoce esa explosión de necesidades en apenas más de un mes. De hecho, hace unos días, como publicó Los Andes, confirmó que los habituales 7.000 bolsones de alimentos que repartía se multiplicaron y ya superan los 40 mil.

La DGE, mientras tanto, ante el cierre de las escuelas, está acercando quincenalmente 80 mil módulos alimentarios a alumnos, pero debido a la demanda dicen que los aumentará hasta llegar a 100 mil.

Esos bolsones en realidad son una ayuda que “acompaña”, pero de ninguna manera pueden garantizar el sustento familiar durante un mes. Es cierto, las familias tienen hoy un menú de opciones amplio, pero con el Estado también en crisis, por caída de ingresos y más demanda, muchas veces ese auxilio no llega a todos los que lo necesitan.

Para evitar esos baches, el Gobierno mendocino ha armado una suerte de mapa de la ayuda social, donde se plasman los planes provinciales y municipales por zona; ahora intenta sumar los nacionales.

Allí se hace foco en 247 zonas o barrios que concentran a la población de mayores carencias y el objetivo es que nadie quede sin algún tipo de asistencia.

Pero la parálisis económica ha hecho que comience a haber demanda de barrios típicos de clase media, que estaban fuera de ese mapa crítico y que ahora van quedando adentro de a poco.

Esta situación parecía inevitable: la cuarentena dejó sin ingresos a muchos trabajadores independientes y claramente los 10 mil pesos del Ingreso Familiar Extra no alcanzan. De hecho, representan apenas una cuarta parte de lo que una familia necesita en Mendoza para no caer bajo la línea de pobreza.

Pero la crisis también golpea con fuerza a aquellos que están en relación de dependencia y parecían tener asegurado un buen ingreso hasta que llegó la pandemia: recortes, retrasos y despidos son el panorama que complica a los empleados del sector privado, sobre todo de aquellas actividades que han quedado clausuradas por la cuarentena.

La paradoja es que hay comercios en los shoppings y el Centro que han cerrado estando cerrados. Los locales fueron vaciados, y sus dueños y los empleados quedaron a la intemperie.

La crisis también está golpeando  a las empresas que han seguido funcionando y han visto caer abruptamente su recaudación por la pérdida de clientes. En el futuro no se salvarán ni siquiera los que se dedican a la venta de alimentos, que aún vienen surfeando el temporal, pero que inexorablemente también perderán ventas porque sus clientes ya no tendrán dinero.

En el Gobierno avisaron que la crisis será peor que la de 2002. El contexto es claramente peor: en aquel momento éramos sólo nosotros los que estábamos en picada, mientras el mundo crecía.

Ese mundo, tras la devaluación, fue el que nos hizo volver a la senda del crecimiento rápidamente. Ahora, la recesión tiñe todo el planeta de gris. De hecho, la ONU alertó que el hambre en el mundo se duplicará cuando termine la pandemia y alcanzará a 265 millones de personas.

Por eso, no podemos quedarnos a la espera de un viento de cola, esa ilusión a la que se aferra el presidente Fernández cuando compara la situación actual con la de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner y el país ya estaba en la senda del crecimiento.

Ya no se trata de discursos, relato o demagogia. Esta es la vida real, la que se esconde ahora dentro de cada hogar por el aislamiento obligatorio, pero que explotará cuando el encierro concluya y los dueños de las casas que muchos alquilan ya no sean contemplativos, la tarjeta sea impagable y el almacenero deje de fiar.

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